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PROPÓSITO Nº 2
FUISTE HECHO PARA LA FAMILIA DE DIOS

“Yo soy la vid y ustedes son las ramas”.
Juan 15:5 (NVI)

Formamos un solo cuerpo en Cristo, y cada
miembro está unido a todos los demás.

Romanos 12:5 (NVI)


Hecho para la familia de Dios

Dios es quien hizo todas las cosas, y todas las cosas son
para su gloria. Quería tener muchos hijos para
compartir su gloria.
Hebreos 2:10 (PAR)

Miren cuánto nos ama el Padre celestial que
permite que seamos llamados hijos de Dios.
¡Y... lo somos!
1º Juan 3:1 (BAD)

Fuiste hecho para pertenecer a la familia de Dios.

Dios quiere tener una familia y nos creó para formar parte de ella. Este es el segundo propósito de Dios para tu vida; Él lo planificó así antes de que nacieras. Toda la Biblia es la historia de Dios formado una familia para amarlo, honrarlo y reinar con Él para siempre. Su Palabra lo expresa así: “Su plan inmutable siempre ha sido adoptarnos en su propia familia, trayéndonos a Él mediante Cristo Jesús. Esto ha sido muy de su agrado”.
Dios valora las relaciones porque Él es amor. Es relacional por naturaleza propia y se identifica con imágenes fraternales: Padre, Hijo y Espíritu. La Trinidad es la relación de Dios consigo mismo. Es el patrón perfecto para una relación armónica, y deberíamos estudiar lo que implica.
Como Dios siempre ha existido en una relación plural consigo, nunca ha estado solo. Él no necesitaba tener una familia, quería tenerla. Por lo tanto, diseñó un plan para crearnos y adoptarnos y compartir con nosotros todo lo que él tenía, porque eso le agradaba mucho. La Biblia afirma: “Él, porque así lo quiso, nos dio vidas nuevas a través de las verdades de su santa Palabra y nos convirtió, por así decirlo, en los primeros hijos de su nueva familia”.
Cuando depositamos nuestra fe en Cristo, Dios se convierte en nuestro Padre y nosotros en sus hijos, los demás creyentes se convierten en nuestros hermanos y hermanas, y la iglesia en nuestra familia espiritual. La familia de Dios está compuesta de todos los creyentes del pasado, el presente y el futuro.
Dios creó a todos los seres humanos, pero no todos son sus hijos. Para llegar a formar parte de la familia de Dios hay una única manera: nacer de nuevo. Con el primer nacimiento formamos parte de una familia humana, pero nos convertimos en miembros de la familia de Dios con el segundo. Dios nos ha dado “el privilegio de nacer de nuevo, para poder pertenecer a la propia familia de Dios”.
La invitación a formar parte de la familia de Dios es universal, pero hay una condición: tener fe en Jesús. La Escritura dice: “Todos ustedes son hijos de Dios mediante la fe en Cristo Jesús”.
Tu familia espiritual es aun más importante que tu familia física porque durará para siempre. Nuestras familias en esta tierra son dones maravillosos de Dios, pero son pasajeras y frágiles, en ocasiones divididas por el divorcio, la distancia, la vejez e, inevitablemente, la muerte. En cambio, nuestra familia espiritual ¾nuestras relaciones con los demás creyentes ¾ continuarán por la eternidad. Es una unión más fuerte, un vínculo más permanente que la consanguinidad. Cuando Pablo se detenía a considerar el propósito eterno de Dios para nosotros, dejaba escapar la alabanza: “Cuando pienso en lo sabio y amplio de su plan, me arrodillo y oro al Padre de la gran familia, algunos miembros de esta gran familia ya están en el cielo y otros están todavía aquí en la tierra...”

BENEFICIOS DE PERTENECER A LA FAMILIA DE DIOS
Cuando nacimos espiritualmente en la familia de Dios, recibimos algunos regalos asombrosos: ¡el nombre de la familia, la semejanza a la familia, los privilegios familiares, el acceso a la intimidad de la familia y la herencia familiar! La Biblia dice que “como somos hijos de Dios, todo lo que Él tiene nos pertenece”.
El Nuevo Testamento pone de relieve nuestra rica “herencia”. Nos dice que “mi Dios les proveerá de todo lo que necesiten, conforme a las gloriosas riquezas que tiene en Cristo Jesús”. Como hijos de Dios tenemos parte en la fortuna familiar. Aquí en la tierra Dios nos da “las riquezas... de su gracia... bondad... paciencia... gloria... sabiduría... poder... y misericordia”. Pero en la eternidad recibiremos aún más.
Pablo quiere que sepamos “cuál es la riqueza de su gloriosa herencia entre los santos”. ¿Qué incluye exactamente esa herencia? Primero, estaremos con Dios para siempre. Segundo, seremos completamente transformados para ser como Cristo. Tercero, estaremos libres de pena, muerte y sufrimiento. Cuarto, recibiremos una recompensa y nos asignará puesto de servicio. Quinto, podremos compartir la gloria de Cristo. ¡Qué herencia! Eres mucho más rico de lo que crees.
La Biblia afirma que Dios “tiene reservada una herencia incalculable para sus hijos. Está conservada para ti, pura e indestructible, incontaminada e inmarchitable”. Eso significa que nuestra herencia eterna es invalorable, pura, permanente y está protegida. Nadie nos da puede quitar; tampoco hay guerras, economías recesivas o desastres naturales que la puedan destruir. Nuestro objetivo y empeño debería ser esta herencia eterna, no la jubilación. Pablo dice: “Hagan lo que hagan, trabajen de buena gana, como para el Señor y no como para nadie en este mundo, conscientes de que el Señor los recompensará con su herencia”. La jubilación es una meta a corto plazo. Deberíamos vivir a la luz de la eternidad.

EL BAUTISMO NOS IDENTIFICA CON LA FAMILIA DE DIOS
Las familias saludables tienen orgullo familiar: sus miembros no se avergüenzan de ser reconocidos como parte de ella. Por desgracia, he conocido a muchos creyentes que nunca se han identificado públicamente con su familia espiritual como Jesús lo ordenó: por medio del bautismo.
Este no es un ritual opcional, que pueda retrasarse o postergarse. Representa nuestra pertenencia a la familia de Dios. Es el anuncio público al mundo de que “no me avergüenzo de ser parte de la familia de Dios”. ¿Te bautizaste? Jesús ordenó este acto hermoso para todos los miembros de su familia. Su mandamiento fue: “Vayan y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”.
Durante años me pregunté por qué la Gran Comisión de Jesús le asignaba tanta relevancia al bautismo, tanta importancia como a las grandes tareas de evangelización y edificación. ¿Por qué es tan importante el bautismo? Pero entonces me di cuenta que el bautismo simboliza el segundo propósito de Dios para nuestra vida: la participación en la comunión de la familia eterna de Dios.
El bautismo está lleno de significado. Con él declaramos nuestra fe y compartimos la sepultura y resurrección de Cristo, representa nuestra muerte a la vieja vida y anuncia nuestra nueva existencia en Cristo. También es una celebración de nuestra incorporación a la familia de Dios.
El bautismo es la representación física de una verdad espiritual. Representa lo que sucedió en el momento cuando Dios nos adoptó en su familia: “Todos fuimos bautizados por un solo Espíritu para constituir un solo cuerpo ¾ya seamos judíos o gentiles, esclavos o libres”. Todos recibimos el mismo Espíritu.
El bautismo no nos convierte en miembros de la familia de Dios; eso es posible sólo mediante la fe en Cristo. El bautismo es una muestra de que somos parte de esa familia. Es como el anillo de bodas: una señal visible de un compromiso interno hecho en el corazón. Es un acto de iniciación, no algo que podamos postergar hasta que nos consideremos espiritualmente maduros. La única condición bíblica es que hay que creer.
En el Nuevo Testamento, la gente se bautizaba enseguida, después de haber creído. En Pentecostés, el mismo día que aceptaron a Cristo se bautizaron tres mil personas. En otra ocasión, un líder etíope se bautizó en el mismo lugar donde se convirtió, y Pablo y Silas bautizaron al carcelero de Filipos y a su familia a medianoche. Los bautismos no se dejaban para otro momento en el Nuevo Testamento. Si todavía no te has bautizado como expresión de tu fe en Cristo, hazlo tan pronto como sea posible: como Jesús lo mandó.

EL PRIVILEGIO MÁS GRANDE DE LA VIDA
La Palabra de Dios declara: “Jesús y el pueblo que santificó pertenecemos a la misma familia; por lo tanto, Jesús no se avergüenza de llamarnos hermanos y hermanas. Permite que esta espléndida verdad se te grabe a fondo. Eres parte de la familia de Dios y, como Jesús te santificó, ¡Dios está orgullos de ti! Las palabras de Jesús son indiscutibles: “Señalando a sus discípulos (Jesús) añadió: “Aquí tienen a mi madre y a mis hermanos. Pues mi hermano, mi hermana y mi madre son los que hacen la voluntad de mi Padre que está en el cielo””. Ser incluido en la familia de Dios es el más alto honor y privilegio que jamás recibirás. No hay nada que se le parezca. Cuando te sientas inseguro, o que no eres importante, o que nadie te quiere, recuerda a quién perteneces.

DÍA QUINCE
PENSANDO EN MI PROPÓSITO

Punto de reflexión: Dios me hizo para pertenecer a su familia.

Versículo para recordar: “Su plan inmutable siempre ha sido adoptarnos en su propia familia, trayéndonos a él mediante Cristo Jesús”. Efesios 1:5 (BAD)

Pregunta para considerar: ¿De qué manera puedo comenzar a tratar a los demás creyentes como miembros de mi propia familia?


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